La tensión del intercambio
En Las citas de Sofía Ungar nos enfrentamos a los restos materiales y discursivos de una multitud de encuentros enriquecidos por una serie de intercambios, expectativas, promesas, demandas y malabares relacionales. A lo largo de tres años Sofía orquestó citas con hombres extranjeros, sacó provecho de la amanerada cortesía que dicta el sentido común internacional y se dejó invitar las veladas en distintos points gastronómicos de la ciudad que ostentan una relación ambigua con el buen gusto. Comida de calidad a precios groseros es un combo que toda chica debería poder disfrutar con cierto sadismo cuando el que paga es un cerdo o un buen hombre.
El peso argentino es el fenómeno más raro de la naturaleza, y de todas las formas posibles que tenemos para medirlo una fundamental es la comida, cuánto nos sale ese plato de comida. En las páginas que siguen, la comida ocupa un lugar de sustento nutricional y simbólico, a la vez que define su lugar como aquello que rodea al sexo, sino parte del sexo mismo. La historia de las imágenes está llena de animales degollados, desplumados, dispuestos de modo erótico en bandejas relucientes, reposando al lado de frutas animadas y jugosas. En mayor cantidad aún, tenemos imágenes que nos muestran chicas desnudas, ofreciendo sus tetas carismáticas mientras otras partes de su cuerpo se pierden en la profundidad del terciopelo o entre las plumas de un abanico. Sexo y comida son los temas favoritos del arte.
La pintura tienta al ojo, que le dice al cerebro que está en presencia de algo delicioso, el cerebro manda las señales eléctricas oportunas y se nos hace agua la boca. Reaccionamos ante la superficie, entramos en su ficción y participamos, con ganas o sin querer. Alguien en algún momento probablemente tuvo ese bodegón o ese desnudo colgado en su casa, quizás en una habitación privada, solo accesible a ciertos invitados en determinados momentos. Ese alguien habría sido un hombre poderoso o no tanto, y sus amigotes más de lo mismo, y esa pintura habría servido para ser exhibida ante este tipo de individuos, regodearse entre ellos, emitir algún comentario ingenioso y reír con picardía. Así, el valorado estatus social de este hombre, así como el del círculo de hombres que lo rodeaba, habría sido confirmado una vez más, constatado mediante la observación y apreciación de una pintura.
Volvemos al hoy y las cosas cambiaron pero no tanto. Las imágenes de comida continúan alertando sobre el estatus social de las personas que nos rodean, regla general que a lo largo de los años es susceptible de redefinirse y regularse, con variaciones sutiles pero significativas en términos de códigos, subtexto y alineación estética concreta. Se hace uso y abuso del sistema de rankings y tendencias presente en las redes sociales, y la planificación de las salidas se hace bajo la dulce guía del vicio por lo nuevo, lo rico y lo caro. Mostrar la comida es parte de la experiencia, elegir el ángulo, manosear los ajustes de la cámara del celu, divertirse con las herramientas de edición, subir la foto. Una estetización del rudimentario acto de masticar con la boca abierta.
Todos esos platos y platitos que Sofía pidió en sus citas programadas fueron fotografiados en 35 mm, y esas fotos, junto a los relatos de las citas, le dan cuerpo a este libro, materializan una experiencia performática que la artista sostuvo de forma intermitente durante años. El resultado formal de este procedimiento dista mucho de aquél al que asociamos con el exhibicionismo de las redes, donde el usuario apunta al perfeccionamiento visual de lo que hay. Angulaciones bizarras, desenfoques, movimientos y distorsiones, cubiertos sucios, detalles texturados y emplatados fallidos ponen a prueba el mecanismo de la tentación. Tenemos frente a nosotros una colección de imágenes que nos acercan desde su espontaneidad a la experiencia, nos hacen sentir la adrenalina del momento, mucho más que, digamos, una dirección de arte berreta y frívola encarnada por el food styling.
Tenemos que detenernos sobre la idea de performance, para tirar aunque sea un poco de la piola de significados que orbitan sobre esta palabra. ¿Dónde radica exactamente el elemento de performance en la propuesta de Las citas? ¿A cuántos grados más allá del umbral de ficción que se corresponde con una cita igual a cualquier otra deberíamos ubicar las pertenecientes a este proyecto? La performance es un despliegue de intención que enmarca a una acción, y es esa intención justamente la que solemos asociar con el elemento de ficción, un componente falso o engañoso que se sobrepone a la acción. Pero en Las citas esas equivalencias están cuestionadas, sino subvertidas.
La máscara que Sofía usa en cada cita, diseñada en principio para agradar, no es tan distinta a la que puede usar cualquiera en una primera cita. Aún así, la presión del experimento está ahí, ella lo sabe, pesa sobre cada gesto y palabra, altera su identidad, es efectivamente eso, una máscara. Pero recordemos que las máscaras son lo más auténtico que tenemos, mucho más reales que cualquier percepción interna y deforme que tengamos sobre nosotros mismos. La identidad que construimos frente al otro, ese “personaje”, es nuestro verdadero yo.
Si volvemos a pensar en ciertas experiencias sociales contemporáneas como son las apps para conocer gente, vemos de qué manera persiste nuestra necesidad de acomodar jerárquicamente cosas y personas para darle sentido a la vida cotidiana. En Las citas una chica valora comida y hombres a partir de relatos secos, con un tono monótono que homogeneiza todos los elementos de la narración: desglose del menú, sentimientos, charlas, precios. Nada parece importar más que el resto en sus descripciones. Es sincera: cuando la pasa mal, lo dice; cuando la pasa bien también.
Sin embargo, no es todo lo mismo, ni los hombres que conoce ni los restaurantes que visita, ni siquiera ella misma a lo largo de todos los encuentros. La variedad trae consigo éxitos y fracasos asociados, chabones infumables y restaurantes que dan ganas de coger. Y todo lo que pasa en esas citas, sucede a partir de una tensión. La tensión del intercambio, una tensión económica, utilitaria, que dicta los comportamientos y se anticipa a palabras y reacciones. Por eso hay adrenalina, porque la experiencia y la tensión es real. El arte usa a las cosas y usa a las personas permanentemente, de modo sutil o explícito. Las citas que tuvo Sofía fueron parte de esa latente búsqueda del arte por unirse a la vida, usarla y aprovecharla.
Franscisca Lysionek