2023
Vista de instalación
2023
Vista de instalación
Una pausa en el movimiento imperceptible que mezcla todas las cosas, que intercambia los objetos con las personas y con las imágenes y donde los cuerpos, a veces humanos, vibran, se mueven, se funden bajo una luz que los envuelve mientras va mutando. Es ella la que los intercambia y se confunde con lo que ilumina. Se diluye el rostro en el paisaje, la geografía en la arquitectura, la multitud en la arboleda, la naturaleza en la cultura, lo masculino en lo femenino y así se empiezan a borrar también las categorías y se desdibuja el orden jerárquico que quiere quedarse quieto, se desarman las estructuras gramaticales, sujeto y objeto. En esta fundición, un momento aislado se transforma en imagen.
Una foto, digital o analógica, surge de un material sensible expuesto a la luz durante una fracción de segundo. En el proceso analógico-químico, se imprime sobre una superficie foto-sensible en un cuarto oscuro. Roland Barthes da testimonio de la emoción que podía generar ese pequeño cuadrado de papel cuando describía la foto de su madre-niña en un invernadero o cuando declaraba, ante el retrato del sobrino de Napoleón Bonaparte, “veo a los ojos que han visto al emperador”. Por contacto, la misma luz que iluminó ese momento, traspasa el tiempo, trayendo un fragmento de aquel entonces al presente. Todavía no conocía la foto digital, formada por ceros y unos circulando en pantallas a toda velocidad, que han transformado a la imagen fotográfica en información, archivos guardados en una “carpeta”, pero rara vez en esos álbumes que se armaban al llegar de las vacaciones o en esas cajas de fetiches que sacábamos de debajo de la cama en ocasión de alguna visita especial. La foto pierde la carga sentimental.
En cualquiera de sus versiones, la convención fotográfica pretende ordenar mundo: mirar de frente, alinear la perspectiva y desenfocar el fondo. Las imágenes de Sofía Ungar hacen lo contrario; operan desde un flanco, la vista viaja hacia un costado y hace emerger eso que tiende a rebasar los bordes. Residuos, descartes y restos más grandes y más brillosos que en la vida real. El ojo aterriza en el desecho o la basura, el espacio donde las cosas empiezan a deshacerse, perdiendo forma, función y género, lo íntimo se vuelve anónimo, la información se hace informe. Es ahí donde dejan de operar las categorías sintácticas y existe la utopía de mirar los ojos de lo abyecto, de lo que, por definición, no tiene rostro.
Gabriela Schevach